“Mi experiencia en Cuba” – Esteban Ferre
Fui este verano, según mi deseo, dos semanas a Cuba acompañado por mi
madre. Quería conocer un país cuyo nombre es un sueño, quería ver la última
sociedad realmente comunista, o más bien, en la que queda del comunismo un poco
más que el nombre.
Sabía que iba a ver un país destruido, lo vi menos de lo que hubiera
pensado, pero algo se ha muerto, es indudable.
Me quedé en tres ciudades: La Habana, Trinidad y Viñales.
La Habana fue la desorganización llevada a su punto culminante, ironía de
una sociedad en la que todo tiene que estar controlado, organizado, planificado
por el Estado. Un poco de Estados Unidos, un poco de España y de Cuba, en medio
de la selva. Una gran ciudad, 3,7 millones de personas, una ciudad muy grande,
la más grande del Caribe, pero una ciudad en reconstrucción, se ve asolada, por
todas partes, por el tiempo, guerras y abandono. En el centro de todo esto, hay
música y alegría, como uno podría imaginar, pero mucho menos que lo que me
esperaba. Muy a menudo oímos las mismas canciones otra y otra vez, como si
fueran cantadas sólo para hacer dinero, como si no hubiera más diversión, y
esto se siente; A veces, vemos el cansancio en los rostros de personas que
tienen que tocar todo el día sin parar.
La Habana se reconstruye. El Estado ha creado un programa: Renuevan
palacios antiguos, los convierten en hoteles, con las ganancias de estos
hoteles, otros palacios son renovados. Si este es el precio para que quede
algo... Pero todo esto toma tiempo. Me dijeron que el Capitolio (edificio
emblemático de la ciudad) está en renovación desde hace 10 años, y que todavía
no está a punto de estar terminado. Hoy la mayor parte de La Habana es una
mezcla de ruinas y obras. Vi árboles (no ramas) asomar por las ventanas de un
edificio, construcciones dejadas durante siglos, algo de devastación, se
diría que ha pasado un tornado.
También, hay partes relativamente más moderna, resultado de la era de
Castro, y cuando las dos partes se entrecruzan, ocurre algo parecido a un
choque.
También ocurre en la cohabitación muy cercana de gente que no tiene nada en
común: Hoteles de lujo, muy caros, y a la puerta, una calle de arena.
La Habana es una ciudad de convivencia.
Además, cualquier forma de organización se quedó afuera de la ciudad, de la
gente y del país. Cuando una persona te da una cita, algo muy extraño está
pasando si no llega media hora tarde. Las casas, las calles siguen la misma
lógica.
La Habana se está haciendo una ciudad nueva. Cuando yo estuve, estaban
instalando los cables de electricidad subterráneos, las calles eran
impracticables, incluso para los peatones. Cuando todas las obras se habrán
completado, La Habana no habrá perdido su alma, el desorden seguirá, todavía
sacarán sillas para beber ron en la calle. Eso sí, quizás se habrá hecho más
limpia, y lisa.
En Trinidad vi la ciudad de los turistas, una ciudad que sobrevive
únicamente gracias a la afluencia de turistas que vienen a ver una ciudad
clasificada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Es un pequeño pueblo más
que una ciudad, casas de planta baja, casas coloniales, españolas, casas
hermosas que tienen que ser conservadas. Como la gente no tenía plata, casas se
convirtieron en hoteles o restaurantes, a veces, y ahora pueblan las calles,
casi no quedan casas “vírgenes”.
Trinidad es una ciudad sin vida, mecida por la afluencia de autobuses que
llegan por la mañana y se van por la tarde para vaciar la ciudad durante la
noche. La gente paga una excursión, con un buffet "todo incluido",
dos o tres visitas y un paseo por la calle comercial.
Es como un hotel enorme, con la pobreza alrededor del centro, en las casas
que no tienen atractivo para los turistas. Si nos alejamos aún más, encontramos
hasta mendicidad, sólo de niños, muy jóvenes, gritan: “¿un peso?"
con una gran sonrisa.
Trinidad me resultó una ciudad un poco triste.
En Viñales me quedé en una granja rodeada de plantación de tabaco y de
mogotes (pequeñas montañas como jorobas de camello). Es un pequeño pueblo, un
poco perdido, con muchos menos turistas que Trinidad. En este lugar encontré
algo más verdadero, quizás porque había más cubanos que personas de otros
lugares. Pero aquí también la economía depende del turismo: paseos a caballo,
excursiones a cuevas, restaurantes, etc.
Viví una vida más auténtica quizás, mi madre ordeñaba vacas por la mañana,
los pollos paseaban por el patio, y la familia vivía con nosotros, jugábamos al
dominó con ellos cada noche, y si queríamos ir a algún lugar se lo pedíamos a
ello. Había un caballo que tiraba un trineo, “el tren” se llamaba, porque tan
viejo como era, nunca se cansaba. Dimos paseos así, y comimos bastante bien,
porque la comida no era hecha por otros, era hecha por la familia.
La gente vive como puede, la gente consigue vivir. No obtienen beneficios,
ni siquiera sabemos si un día los tendrán.
Lucharon por grandes ideas, bellas ideas de las que les queda tan poco.
Existe un chiste sobre la revolución que dice: “Lo bueno de la revolución
se encuentra en el orgullo reencontrado, la educación y la salud. Lo malo de la
revolución se encuentra en el desayuno, el almuerzo, y la cena”.
De hecho, es un mundo completamente ajeno al nuestro, no hay supermercados,
por ejemplo, ni una sola cadena de supermercados, existen unas modestas tiendas
del Estado donde siempre se encuentran las mismas cosas. Por ejemplo, quería
encontrar papel en La Habana, para escribir una carta, le pregunté a una
persona en una librería donde lo podía encontrar, y no me pudo contestar: no lo
sabía. Miré después en todas las tiendas que fui, no vi papel ni una sola vez.
Tuve que resignarme a comprar un cuaderno de alumno que encontré en otra
librería y a arrancar las páginas. Había papel, claramente, pero fue difícil
encontrar una cosa tan básica en una capital.
Esto es en gran parte debido al embargo de Estados Unidos (y al relativo
aislamiento político de Cuba), que tuvo, entre otras consecuencias, el efecto
de privar a Cuba durante largos años del Internet por cable. Internet funciona
como una red de cables submarinos, todos interconectados, y teniendo en cuenta
la situación geográfica de Cuba, habría sido lógico conectar Cuba a la red de
los Estados Unidos (el cable de Estados Unidos pasa a 30 kilómetros de Cuba).
Obviamente, esto no fue posible, Cuba tuvo que construir un cable submarino gigante
desde Venezuela para tener acceso a Internet, algo que resultó muy caro. Tomó
mucho tiempo, y sólo recientemente Cuba ha podido conectarse a Internet.
La red cubana está en sus inicios y ningún cubano puede tener acceso a Internet
desde su hogar. Algunos centros han sido creados, cada uno tiene que
comprar tarjetas y los cubanos más ricos junto con los turistas tienen el
privilegio de acceder a un Internet muy lento, en ordenadores antiguos, con
tiempo limitado, y a veces tras haber hecho una terrible cola. Internet,
también está controlado por el Estado, los cubanos sólo tienen acceso a ciertos
sitios. Lo mismo ocurre con la prensa: Cuba no tiene libertad de expresión.
Ironía de esta situación: uno de los periódicos más importante del Estado se
llama “Juventud rebelde”.
Pero Cuba no es sólo un mundo de escasez, sino que también es un mundo de
injusticia.
Se paga a un funcionario, incluso a un médico, dos a tres veces menos que a
alguien que trabaja en la calle, en el mercado negro y con los turistas.
Y no sólo es un mundo de escasez y de injusticia, también es un mundo de
miedo. Todo el mundo tiene miedo a la policía, Cuba sigue siendo un Estado
autoritario.
Una vez en taxi, regresando de la playa con mi madre, tuve que esconderme
en el coche durante casi todo el trayecto porque la policía no estaba lejos.
Otra vez estábamos en trineo, el conductor preguntó a alguien si estaba la
policía en la carretera, al enterarse de que los policías no estaban muy lejos,
puso al caballo a galopar –casi nos caímos- y tomó otro camino.
La gente tiene miedo de la policía porque no tiene licencias, porque
están casi obligados a recurrir al mercado negro para vivir un poco mejor.
A pesar de todo, no existe la pobreza extrema que se pueden ver en nuestras
sociedades, la gente es pobre, pero puede vivir, nadie muere de hambre en Cuba,
nadie está sin hogar.
Queda a los cubanos algo más que esa forma de pequeña pobreza
Les queda algo que, a mi modo de ver, no es propio de los cubanos,
que se puede encontrar en cualquier lugar con gente que vive situaciones
difíciles, y que siempre me ha emocionado: Amabilidad, sociabilidad y una gran
hospitalidad. Pero hay algo más, tal vez más específico a los cubanos: tienen
una capacidad de persuadir y de insistir, que me llamó la atención y no
me refiero las personas que quieren vender algo. Estos cubanos quieren salir
adelante, sea como sea.
Para mí existen dos mundos muy distintos en Cuba, uno es el que los
que vieron la revolución, hicieron la revolución, lucharon y creyeron en
Fidel Castro, son los que mantienen el espíritu de solidaridad y de comunidad:
los más viejos. Expulsaron a los estadounidenses cuando Cuba era el
"burdel de los Estados Unidos ». Es una razón para estar orgullosos, una
razón para luchar. También conocieron la relativa prosperidad de la era
soviética, de la URSS, compañero poderoso y generoso pero efímero.
Los viejos creyeron en la revolución - "Hasta la victoria
siempre" decía Che Guevara. Tal vez no creyeron en el ideal, pero sí en el
orgullo que podía crear: recuperar el control de su país, de su soberanía.
Evidentemente vieron que no funcionaba, que igualdad y prosperidad no podían
coincidir.
Un amigo me contó que una anciana le dijo: "¿Cómo quieres que me vaya?
Hay un incendio en mi casa, no voy a huir”.
Pero entre algunos de ellos, los que no creyeron realmente, esta
solidaridad se ha disipado.
La ha remplazado lo que yo llamo oportunismo: la gente vive para sí misma,
sin más. Lo que se podría reprochar de la mentalidad estadounidense, el gran
enemigo, se encuentra ahora en Cuba.
La nueva generación es el otro mundo, el que ya no tiene ninguna ilusión en
el comunismo, y ya no tiene nada por lo que luchar.
No tienen ilusión porque los nuevos medios de comunicación llegan, se
propagan poco a poco en un país que durante mucho tiempo ha estado aislado del
mundo, Internet llega muy lentamente, pero los jóvenes comienzan a utilizarlo,
cds y dvds copiados al infinito: en otras palabras, descubren el mundo que les
rodea, ven cómo es mucho mejor en otras partes (o cómo se ve mucho mejor), ven
la opulencia del mundo capitalista.
No tienen nada por lo que luchar, porque no han vivido la revolución, no
saben lo que fue, no han conocido ese honor, este inmenso orgullo de vencer a
los estadounidenses, echarlos de Cuba, y reapropiarse de su país con el fin de
construir algo que parecía más hermoso, más justo.
Así que aquellos sólo quieren vivir mejor que en la pobreza que se les
impone, quieren poder emprender, crear. Se dan cuenta de la belleza, del deseo
de esta idea un poco borrosa: la libertad. Quieren ser libres, más que nada,
están dispuestos a morir para ser libres.
El ideal de la igualdad ha muerto, ha dado lugar a un infierno, otro ideal
tenía que aparecer, parece que los cubanos lo encontraron al lado, en el
antiguo enemigo, el que los había oprimido.
Ahora comparten el sueño americano.